¿Y de que otra cosa se puede hablar en este mes que no sea de fóbal?
Y no vamo' a hablar del mundial, ni de las vuvuzelas o como mierda se escriba, ni de los bafana-bafana, ni de Messi ni Forlan, ni del cara cortada de Francia, ni de Lee Chon Hu y Ho chi Ming, ni del toto ni de Gorzy, vamos a hablar de los grandes y memorables momentos del fóbal yorugua.
Para los mayorcitos de 30 este post va a servir como un ayuda memoria y para recordar los momentos más disfrutables del fútbol de acá.
Para los de menos de 30, algunas de estos momentos sublimes sean seguramente sea toda una novedad.
Así que recomiendo un mate, algun bizcochito, y a disfrutar.
( Fuente: http://manchavoraz.blogspot.com/ )
La limonada del Chicharra
7 de abril de 1985, estadio Centenario. El Uruguay de Omar Borrás se jugaba la clasificación al mundial de México contra Chile. Era el último partido de una serie que completaba Ecuador, y Uruguay tenía que ganar sí o sí para volver al campeonato del mundo después de doce años (sí, siempre hasta las manos Uruguay). Con goles de Batista y Venancio “Chicharra” Ramos se ganaba 2 a 1, pero, cuando faltaban tres minutos para el final, tiro libre para Chile al borde del área (sí, siempre hasta las manos Uruguay). El gol significaba la eliminación. Se paró frente a la pelota un player chileno de nombre Aravena, cuyo sugestivo e inquietante apodo era “el mortero”, y sí, obviamente, tenía un cañonazo en la gamba. Cuando “el mortero” le iba a dar a la bola, “el chicharra”, le arrojó un limón (a la pelota) que había levantado de la cancha, y, ya sea por el efecto limonazo o no, el disparo de Aravena se fue al mismísimo carajo. Uruguay al mundial. En la repetición de la jugada se vio clarito el momento de la acción, en la cancha no tanto, al menos no la vio el juez, que desoyó las protestas de los chilenos.
Una barba llamada Domínguez
Semifinal de la copa América de 1987, estadio Monumental de Nuñez, Argentina vs. Uruguay. Los campeones del mundo con Maradona, en su cancha, contra el Uruguay de Roberto Fleitas, retenedor del título de América obtenido en 1983. Fleitas dijo de aquel partido: “La única forma de ganarle a Argentina es la más obvia pero la más difícil: anular a Maradona, sin Maradona Argentina no juega”. Y entonces, Maradona tuvo otra sombra en aquel partido. Una barba llamada Alfonso Domínguez. Petiso y ágil como Maradona pero barbudo e infinitamente inferior en talento, Domínguez le respiró en la nuca todo el partido… y lo anuló. Fue un momento glorioso para Domínguez, y para todo el fútbol uruguayo. Uruguay ganó 1 a 0 y pasó a la final. Ahora, ¿cuántos jugadores pueden jactarse de haber anulado todo un partido a Maradona? Para un defensa, que no construye sino destruye, la máxima aspiración es neutralizar por completo a su rival, y cuando su rival es el mejor jugador del mundo y se logra el cometido, se convierte en una anécdota que, con frecuencia, debe salir a flote en más de un asado familiar o una noche de copas con amigos. “Pensar que yo marqué al mejor del mundo y no lo dejé tocar una bola”, dirá Domínguez meditabundo, reflexivo, sosteniendo el vaso con servilleta cerca de la parrilla, panzón, y todavía dudando de si llamar al Tano Gutiérrez para pedirle esa plata prestada.
El karma caleño
En 1987 el equipo colombiano América de Cali llegó a su tercera final consecutiva de Copa Libertadores, con la pesada carga de haber perdido las dos anteriores, derrotado por equipos argentinos, Argentinos Juniors y River en orden cronológico. La tercera es la vencida dice el refrán, y los hinchas del Cali esperaban con ansiedad confirmarlo. Pero el América de Cali debe ser el equipo más enyetado de la historia del fútbol. Llegó a cuatro finales de Copa Libertadores y las perdió todas. Como perdió la del 87 contra Peñarol. El América no sólo tenía un muy buen equipo, un equipo que llega a tres finales consecutivas confirma lo dicho, sino que, en aquella definición de la copa de 1987, estuvo, en dos oportunidades, a un respiro de quedarse con el título, pero dos veces le insertaron la bombilla. Y nunca mejor dicho, porque la primera bombilla se las metió el Bomba, el Bomba Villar, a cinco minutos del final de la revancha en Montevideo, cuando con el empate salía campeón el América. La otra, más increíble todavía, se la puso Diego Aguirre, de puro ojete, a segundos del final, cuando con el empate, ahora sí, salía campeón el América. No me quiero ni imaginar lo que hicieron los hinchas colombianos cuando sintieron esa voz del relator de cadena Caracol repetir con tono de duelo nacional eso que jamás quisieron escuchar: “Anotación de Peñarol. Anotación de Peñarol cuando el partido era historia. Anotación del Peñarol de Montevideo y una vez más, América, signado por mezquino y caprichoso infortunio, arrojado nuevamente del pedestal de la gloria en el último suspiro, se queda con las manos vacías y lleno por dentro de amargura”. No sé de qué equipo será hincha el barbudo de arriba, pero al Calí se la tiene jurada. Cuatro finales, cuatro derrotas, qué gran pija metida.
Liquídalos Tony
El penal que le clavó Tony Gómez al PSV en la final Intercontinental del 88. Eterna definición por penales en la madrugada, pasaban y pasaban jugadores, hasta que llegó Tony Gómez con la oportunidad de liquidar el asunto. Y Tony, con ese nombre de mafioso latino de Miami, se paró frente a la pelota, se colocó las manos en la cintura, emprendió una carrera veloz, y la colgó allá arriba, bien arriba, haciendo honor a su implacable apodo. And thats all folks. Tercera copa del mundo para el bolso.
Después de esa tendrías que haber colgado los botines
No hay jugador que me repugne más que Daniel Fonseca, no es que no lo quiera nada, lo repudio de forma tajante. Una de las farsas más grande que inventó el casalismo. Un tipo que se pasó once años en Italia calentando banco de suplentes. Un tipo que vivió del mito de supuesto buen jugador no jugando, mito que el presidente de la Juventus contribuyó a expandir en el tiempo cuando declaró que Fonseca era “la mejor zurda del fútbol italiano”. Este comentario admite no más que una explicación: el tipo querría embaucar a otros dirigentes del calcio vendiéndoles a Fonseca a un buen precio y, de paso cañazo, como buen comerciante, se sacaba un buzón de arriba. Porque la verdad es que mientras el presidente de la Juve decía esto, el Dany permanecía en el banco rompiendo récords como el jugador con más partidos sentado fuera de la cancha. Es más, estoy seguro que la costumbre lo deformó al grado de que el tipo, en los entrenamientos, también se sentaba en el banco de suplentes. “Vení a jugar Daniel”. “Por qué”, interpelaba Fonseca anonadado. Es como la historia del borracho apoyado contra la columna, si Fonseca se paraba se venía abajo el banco de suplentes. Por eso hay una sola para él. La única. Después de esa tendría que haber colgado los botines. El gol en offside contra los coreanos en el 90. Ya sé, de los triunfos más asquerosos y humillantes de la historia del fútbol uruguayo, pero vamos, ¿quién no gritó ese gol con abnegada y furiosa repugnancia, intuyendo que esa mezquina y efímera victoria era lo único que había para nosotros en todo el mundial del 90? Y aclaro que entra en los diez grandes momentos por la estéril trayectoria de las últimas décadas del fútbol uruguayo, y es la pura realidad.
Run, Hormiga, run
Duraznense, eterno, jugando con el siete en la espalda, una verdadera tromba que iba y venía por la punta derecha, “el hormiga” Alzamendi, el jugador que más quiero y quise. Tutti capi. Cómo corría ese demonio. Parecía que no le iba a ganar a nadie y brooooooooooom, volaba el hijo de puta. Bueno, del “hormiga” hay unas cuantas. Fue el autor del gol que le dio a River argentino su primer copa Intercontinental, por ejemplo. Pero para mí, nada supera aquella volátil corrida y justa definición contra Alemania, en el primer partido de México 86. Uruguay de celeste, Alemania de verde. Ellos los vicecampeones del mundo en España 82, nosotros los resucitados, con la asquerosa dirección técnica de Omar Borrás. Partido bien a lo Uruguay. En una se escapo “el hormiga” a todo trapo, eludió a Schumacher, definió, y la pelota entró de pedo contra el travesaño. Después, lo de siempre, a defender aquel gol durante todo el partido. Y si bien Fernando Harry Alvez sacó pelotas increíbles, la cosa no bastó, y los alemanes empataron. Igual, nada empaña el grito inmortal de aquella corrida del “hormiga”.
Cogote belga
En el infame mundial de Italia 90, ese al cual arribamos con chapa de equipo prometedor y nos fuimos enchapados en un cajón de luto, sufrimos una goleada importante, no de la talla de la que recibimos contra Dinamarca en el 86, pero que dejó el mismo sentimiento de vergüenza e impotencia. 3 a 1 contra Bélgica en el segundo partido de la serie. De aquel olvidable partido todavía recuerdo una divertida imagen que destacó la tele: la agarrada de cogote que le hizo el Tano Gutiérrez a un jugador belga. A esa altura se perdía 3 a 0, y todavía se esperaban más goles rivales. Era un partido de ida y nada de vuelta. Venían los belgas, venían los belgas y venían los belgas. Después, sobre el final, llegó el del honor con Bengoechea. Pero antes, pura impotencia. Y claro, cuando el Tano vio que no podía parar ni a Christopher Reeves (que en paz descanse), sumido en la absoluta ineptitud, caliente, vino de atrás, y de la nada, pum, le apretó el cogote a un belga utilizando pulgar e índice, como si se tratase de una llave de Steven Seagal, y enseguida puso cara de “eh, ¿qué le pasa a éste, che?”. El juez no vio nada. La tele repitió la imagen varias veces, incluso al final del partido, como si hubiera sido una de las jugadas destacadas de los noventa minutos. Es distinto contarlo que haberlo visto, porque la verdadera gracia estuvo en la mueca del jugador belga cuando fue tomado de improviso por el gancho de Gutiérrez.
Un cuento de patas cortas y con alma de caballo
A Bengoechea se lo asocia, y así será de por vida, con el quinquenio de Peñarol. Pero, sin embargo, no hay que olvidar que nos salvó la plata en dos copa América. La que ganamos en Argentina contra Chile en 1987 con un gol de su peculio tras aprovechar el rebote de un zapatazo del “chueco” Perdomo, y el tiro libre digitado desde la cabina de control (como dijo Hi way) que nos llevó a la definición por penales contra Brasil en 1995. Se iba el partido, perdíamos 1 a 0, y no había forma de mandarla a guardar. Cambio del “Pichón” Nuñez (técnico intrascendente como la música del Pájaro Canzani), entra el paticorta. Borde del área. Pinga. Gol. Desaforado grito de un pueblo cuyo método de victoria se sustenta en lo justo, nada sobra. La frutilla de la torta la puso “el caballo” Gutiérrez arrancando un pan de la cancha con su gol de penal en la definición desde los once pasos. Ganarle una definición por penales a Brasil es de por sí improbable; ganarle una definición teniendo en la nómina de jugadores para ejecutar al “caballo” Gutiérrez ya no es algo improbable, fuera de lo común o increíble, ni siquiera milagroso o sobrenatural, va mucho más allá, va mucho más lejos todavía, para mí, todo aquello, supuso una verdadera amenaza al equilibrio natural de todo el universo. Fue, solapado por la victoria y los festejos, un silencioso tsunami contra la lógica del fútbol. Después de eso, la nada.
El botija Perea y el Chengue
Una vez le pregunté a un compañero de liceo que había sido dirigido por Púa en la selección sub 17 qué tal era el Gordo como técnico. Me respondió: “El Gordo es un pesado, pesado”. Es decir, con los juveniles, el Gordo aplicaba todo el rigor de un técnico carismático y de mano dura, cosa que después no pudo imitar ni un poquito con los jugadores de la selección mayor, quienes lo trataban como un imbécil, con total falta de respeto. Contundente evidencia de esto es la interpretación que se hizo de un reproche formulado por Darío Silva a Púa cuando lo cambió en un partido: “¿A mí me sacás, gordo pelele?”. Que un jugador te cuestione un cambio en la cancha ya es bastante. Que un jugador te lo cuestione y aparte te diga “gordo pelele”, ya es, en extremo, demasiado. Pero la era Púa en la selección, juvenil y mayor, es todo un hito en el fútbol uruguayo. Gordo, rudimentario, vestido de jogging, Púa fue y es la fiel estampa de un uruguayo fubolero típico. Su presencia está ligada a dos inolvidables momentos de nuestro fútbol en los últimos diez años, que pueden ser considerados en conjunto. Uno es el gol de oro de Fabián Perea contra Ghana en las semifinales del mundial de Malasia sub-20. La última gran selección uruguaya. Ganadora, aunque haya perdido la final contra Argentina, adalid de un lindo fútbol para ver, y promesa de una venidera gran camada de jugadores de fútbol, que acabó por diluirse abruptamente a excepción, quizá, de Pablo García, ahora jugador del Real, y, quizá un poco menos, del negro Zalayeta, al menos titular cada tanto en la Juve. Aquellos partidos de la sub- 20 los recuerdo con cariño. Empezaban como a las seis o siete de la matina. El gol de Perea, jugador de las juveniles de Peñarol, lo grité con lágrimas en los ojos, sacado. Fue el 3 a 2 definitivo contra Ghana y fue un golazo, una tijera espectacular en el aire que sentenció el partido. Al año siguiente, el botija Perea murió en un accidente de auto. El otro momento culmine de la era puana fueron los goles del Chengue contra Australia, dos y en cuestión de minutos. Claro que lo que pudo ser una linda fiesta nacional se vio empañada (lo justo) por esa inscripción lamebotas y asquerosa que apareció en el cartel de la Colombes: Gracias Paco. Una burrada desde cualquier punto de vista, mala publicidad para Paco (¿qué imbécil espera que esa acción sea bendecida por el pueblo, que justamente, no quiere a Paco?), y pésimo momento para anunciarlo.
La mejor de la era Juan Ramón
El 3 a 3 contra Brasil por esta eliminatoria. Inesperado, milagroso e inolvidable. El primer tiempo la selección fue vapuleada de forma inapelable. Terminó 2 a 0 y pudo haber sido por cinco. El boludo de Juan Ramón había arrancado el partido poniendo un equipo que no era el que todos esperábamos, fiel su pelotuda teoría de conmigo no importan los jugadores no el sistema de juego. En el segundo tiempo puso a Forlán. Pinga y pinga, dos goles del rubio y uno en contra de Brasil, 3 a 2 Uruguay. Después lo evidente, una aparición de Ronaldo, zapatazo, 3 a 3. Pero bueno, de cuatro partidos por eliminatorias contra Brasil, una victoria y tres empates. Siguiendo la lógica deductiva gorzyana, somos campeones del mundo pero sin el título.


No hay comentarios:
Publicar un comentario